The Chicano/Latino Literary Prize

The Chicano/Latino Literary Prize by Stephanie Fetta Page A

Book: The Chicano/Latino Literary Prize by Stephanie Fetta Read Free Book Online
Authors: Stephanie Fetta
espera. Quería ser yo el que decidiera y produjera aquella muerte. Quería estar completamente unido a mi tarea. Pero nada. Tuve que esperar hasta que me llenó el pulmón de sangre. Luego me vino el pataleo, esos espasmos musculares sobre los cuales uno no tiene ningún control. Estaba yo allí otra vez, marginal al asunto. Claro que sin mí todo aquello no hubiera sido. Era yo la materia prima, la mano de obra y el explotador. Enajenado de la obra y a la vez, la obra misma. No tuve que esperar mucho. Me compró luego el gran Consumidor.
III
    Había trapeado pisos en el hotel, cepillado madera en el taller de muebles, lavado ollas y platos en la cocina del hospital y ahora estaba en la carnicería, cortando y empacando carne. Tenía que jugarse muy águila.
    â€œÂ¡Cuidao con el gancho! Ten cuidao, muchacho, que en vez del pernil te quedas tú encajao allí”.
    Aquel día estaba pasando los costillares de borrego cuando vio cómo Juan caía contra el serrucho eléctrico.
    Tuvieron que llamar una ambulancia.
    No aguantaba más. ¿Pero qué se habían creído los jefes? ¿Qué eran? ¿Máquinas programadas para lavar, trapear, cepillar, piscar y cortar carne? No había derecho.
    Se fue a la oficina del mayordomo. El mayordomo llamó al gerente. Entonces se desahogó.
    El administrador caminó hacia él. Se acercó y con la mano derecha pare-ció acariciarle el pelo. Con el índice encontró el interruptor, cortó la conexión eléctrica, destapó el cráneo, sacó una pieza pequeñísima e introdujo otra que traía en el bolsillo.
IV
    Era una gran pecera rectangular con cinquenta pececillos de distintos tamaños y colores. Los dorados eran los que más abundaban. Entre ellos había uno que nadaba agitadamente de un extremo al otro perseguido por seis o siete pececillos. ¿Le hacían el amor o le daban guerra? Cogió una ramita suavemente y meneó el agua ante los agresores que retrocedieron. Entonces pudo observar cómo el pececillo dorado respiraba exhausto entre el alga marina. De nuevo se reanudó el ataque y el pececillo se deslizó por el agua una vez más tratando de escapar. La pecera ya no parecía tan grande puesto que limitaba la vía de escape. Meneó el agua una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces más, hora tras hora, hasta que comenzó a cansarse. Al anochecer buscó la linterna y siguió meneando el agua.
    Cuando despertó se encontró tirado al lado de la pecera. Ya era de día y los pececillos se paseaban de un lado al otro. Buscó al suyo y lo encontró.
    Estaba muerto al fondo de la pecera.
    Se levantó enfurecido. Pensó volcar la pecera para que murieran todos pero no pudo hacerlo.
    Se alejó de allí lentamente, siguiendo la orilla limítrofe de su propia pecera.
V
    â€œA tu tío lo arrastraron por el pueblo, hasta que se le despedazó el cuerpo. Pos, ya debía muchas. Siempre se andaba aprovechando del prójimo. Le achacaban algunas muertes y decían que se había hecho de propiedades con algunas jugadas sucias. Ya se la tenían sentenciada. Ese día que bajó al pueblo, ya lo estaban esperando. Dicen que hasta había una muchacha de por medio. No, sí tu tío era casado y tenía sus hijos pero ya ves como son los hombres. Allí lo lazaron y luego lo arrastraron por las calles empedradas hasta que lo destrozaron todo. Así se lo dejaron a tu tía Eugenia, frente a su casa. No, si no les hicieron nada. Dicen que ya debía muchas por allá por Coahuila”.
VI
    â€œÂ¡Juan! ¡Juan!”
    â€œÂ¿Qué pasa, hombre?” Le dijo mientras descansaba recargado sobre el mostrador de la cantina.
    â€œJuan, acaban de matar a tu hermano en la cantina de Rodríguez”.
    â€œÂ¿Qué dices, desgraciado? Dime pronto quién fue”.
    â€œLo mató el Serapio”.
    Salio corriendo del Roxy por la

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